Fascismo Espiritual
Desde algún remoto momento, los seres humanos nos sentimos empujados por la necesidad de dar sentido a nuestra existencia. Una realidad que trascienda la desgastante e incesante rutina que nos permite sobrevivir bajo el coste de una constante inversión temporal y de esfuerzo.
Esta necesidad de constituir el sentido de la vida, tan esencial como las necesidades fisiológicas y que Maslow incorpora en su famosa pirámide, ha sido vehiculada a través de la cultura y el pensamiento de la especie a lo largo de los diferentes contextos históricos y territoriales. Términos como Tikún, Dharma o “Misión de Vida” son conceptos que constituyen ejemplos de la plasmación de esta realidad espiritual en la raza humana.
Las religiones tradicionales, con miles de años de antigüedad, también han explorado de forma inherente estas necesidades espirituales, institucionalizando paquetes de dogmas que parecen querer resolver sistemáticamente las carencias en dicho campo.
En los tiempos antiguos el pensamiento quizás pareciera más simple. Sin embargo, los complejos días que vivimos dificultan la simplicidad del pensamiento mágico y espiritual. En general las religiones conservan sus características, con la única diferencia de que se enfrentan al todopoderoso nuevo pensamiento de la ciencia.
La medicina occidental moderna es relativamente nueva y continúa en plena expansión, y ante este contexto complejo las religiones tradicionales se han visto forzadas a reinventarse. También han surgido corrientes de pensamiento interesantes y complejas, como la mal llamada corriente de “nueva era”, en la que prácticamente se incluye todo lo que huela espiritualoide, desde Paulo Coelho y la Gestalt al Reiki y las flores de Bach.
Las últimas corrientes “nueva era” han traído un vocabulario completamente adaptado a los tiempos que corren y al pensamiento occidental, desde las raíces espirituales de las profundidades culturales del ser humano. Estas realidades del pensamiento, completamente legítimas y útiles desde mi punto de vista, encierran sin embargo la polaridad “salvado-pecador” que caracteriza al dogma religioso. Si bien la corriente “new age” no tiene afán de sustituir ninguna creencia religiosa, en la práctica esta estructura filosófica, por su propio potencial y capacidad de seducción, acaba cristalizándose en una suerte de religión perfectamente adaptada al contexto cultural de occidente para sobrevivir a largo plazo, sustituyendo “pecador” por “dormido” o “no-consciente” y “salvado” por “despierto” o “consciente”, en la que la “verdad” absoluta de lo espiritual debe rasgarse con el interior para poder tener una epifanía o suerte de salvación personal. Pero todo esto no deja de ser anecdótico si esta religión autoinducida no penetrara en el campo de la terapia, en la que se requieren diagnósticos y tratamientos. Esta realidad extrema (y no representativa) de la nueva era se atreve a “sanar vidas pasadas” como sustitutivo de las terapias tradicionales. E incluso más allá, este mismo fenómeno es el que se dio cuando Ron Hubbard, el eminente fundador de la aberrante Iglesia de la Cienciología, creó los términos de la dianética y la supuesta superioridad de los clear (o “limpios”) frente a los aberrated (o “aberrados”).
Cuando se aúnan los contextos de la terapia clínica y de la moralidad, surge la supremacía del “consciente”. Porque recordemos que Mesías significa “ungido”, Cristo también y Buda “iluminado”. Términos demasiado cercanos a los de “despierto” o “consciente”. Lo que nos hace recordar que todo es gracioso, interesante y práctico mientras respete sus propios límites naturales.
Desde el cientificiscmo, el “new age” es la nueva religión antagonista. Pero el mismo grado de totalitarismo profesa el “todo es mentira” sistemático desde la medicina occidental tradicional, que el “usted tiene que despertar” del pseudoterapeuta “new age”.
Este pensamiento fascista del “bueno” y el “malo”, del “perfecto” y el “corrupto” se repite en el ser humano, acusando a un supuesto bando frente al otro, adaptándose a la cultura para sobrevivir.
Nadie tiene que “despertar”, porque sencillamente nadie vive dormido. Vivimos la vida que disponemos en cada momento, con las elecciones que determinamos y las operaciones mentales y de acción que estimamos. En todo esto, la filosofía de la nueva era es tremendamente hermosa, pues cultiva el desarrollo personal e investiga sus horizontes. Porque sí hay una observable verdad en ese contexto: los individuos de esta raza humana pueden superarse a sí mismos, vencer sus limitaciones emocionales y aprender a conquistar su propia satisfacción sin generar un daño en el entorno. Nuestra especie debería aprender a ser autosuficiente sin devastar el planeta en el que vive ni destruir la bella naturaleza de la cual proviene. Estos no son fundamentos éticos ni religiosos, sencillamente es sentido común. Aquél que deja el “tú” y el “yo” para comenzar con un prometedor “nosotros”. Y parece ser que, siendo tan supuestamente avanzados en lo tecnológico y lo social, aún ni siquiera hemos alcanzar el sentido común que debería guiarnos como la especie dominante del planeta Tierra.