El cambio imparable
Aunque temamos los finales, la experiencia nos suele demostrar que los ciclos nuevos comienzan en el punto donde los viejos perecen. Así, en el reloj una hora comienza cuando termina la previa. Gracias a esta herramienta podemos consultar la hora, medir el tiempo y gestionar nuestra agenda. Como si fuera un reloj, el Tarot también nos aporta recursos similares. Es un reloj vasto y complejo que da las horas con arquetipos. Donde termina un ciclo de diez comienza otro, y también puede darse así con los palos o familias. La cuestión más interesante es saber cuándo es la hora de un arquetipo o de otro.
Como un reloj de nuestro registro vital, los arquetipos se suceden porque el tiempo de nuestra vida madura. Como los arcanos de los Arcanos Mayores. Podemos nacer como un “loco” que sólo sabe existir pero no valerse por sí mismo ni razonar, para dar paso en el estadio siguiente a un “mago” que quiere jugar, crear cosas y experimentar. La “papisa” es una etapa de responsabilidades y preocupaciones por el descubrimiento de que no todo es un juego, ni es magia. Cuando dan las horas del ermitaño, hemos experimentado tantos arquetipos (a través del trabajo, de la universidad, de las salidas con los amigos, de las peleas con nuestros familiares, de nuestras crisis emocionales…) que ya sentimos incluso ser otras personas. No sé si ha habido una modificación en la esencia, aunque es evidente de que no se puede parar el desarrollo natural.
Y cuando tocan las diez, la Rueda, nos cambia la forma de percibir el mundo para dar paso una vez más a una época de búsqueda, y encuentro, de magia.
El Tarot mide los estadios madurativos de las cosas de forma lineal, pero hay tantas linealidades en el Tarot que se pueden descubrir muchos senderos de crecimiento en una sola persona, en una sola vida, incluso en un solo momento. ¿Qué permanece sin cambiar? Porque el tiempo sí que es relativo.
Al fin y al cabo, ¿qué es el tiempo sino la percepción de un espacio que hay entre una causa y un efecto?